M. nos cuenta su paseo por la exposición «Zaragoza. Visión emocional de una ciudad», que se puede visitar en La Lonja y el museo Camón Aznar hasta el 5 de junio.
Es tiempo de tortugas, de mirar despacio, de ciudades imperfectas y perfeccionadas, dibujadas en la memoria, pensadas y repensadas. Es tiempo de ciudades, da igual cómo sean, ya no hay naciones ni países en medio del tumulto. Nos queda la ciudad, el barrio, la calle con su sonrisa dominical y su tristeza manifiesta. Y dentro de la ciudad, se salva la mirada, que puede ser extravagante y confusa, pero las ciudades solo son miradas junto al parque, aguardando a que pase alguien que siempre pasa y vuelva a desplegar el plano. Y de miradas va este cuento. Las miradas de artistas o artesanos de una Zaragoza sonriente y frustrada a la vez. “Zaragoza es un corazón con sexo de amapola a punto de estallar por dentro”, dice el hombre-rata de Paco Lafarga. “Zaragoza es una mierda’ es la frase que más he oído desde que tengo memoria. También la he oído con variante: ‘Zaragoza es una puta mierda”, parece replicar socarrón Félix Romeo. Y así 216 visiones emocionadas, crudas realidades o perfiles imaginarios de una ciudad ofensiva y feliz. Son miradas sobre una ciudad acordonada y empaquetada. Una ciudad silenciada, hecha de pies y paseo, fagocitada. Una ciudad abstracta, en la que el río es blanco y los sueños se rompen como el cristal. Una ciudad de lobos y perros, de leones y palomas. Una ciudad ventilada, de tamaño XXL, pixelada, incendiada, enfangada, irreconocible sobre el palimpsesto. Una ciudad bosquejada en el cielo, sobre los juncos y la selva, recompuesta sobre un sistema neuronal en que se perfilan los rastros de una memoria perdida. Es una ciudad imposible, llena de muertos, levantada sobre material de derribo, transformada, descompuesta, dermográfica, tatuada en la piel cuarteada de las manos, una ciudad entre paréntesis, con sus mapas sombreados por la duda. Un atlas fabricado de abismos. Cartografía íntima. Son solo visiones, aporías y bromas, misterios en gelatina de plata, tierra, vísceras y vacas. ¿Y quién pone el dedo sobre el mapa? Sergio Abraín, Pepe Cerdá, Clara Carnicer, José Luis Cano, Fernando Martín Godoy, Luis Grañena, Eva Armisén, Natalio Bayo, Ignacio Mayayo, Nefario Monzón, Pierre D. La, Isidro Ferrer, Susana Vacas, Steve Gibson, Diego Fermín, Samuel Aznar, Danjer, Peyrotau y Sediles, Miguel Ángel Ortiz Albero… Y, para la poesía visual, Vicky Calavia reúne a Yago de Mateo, Emilio Casanova, Sergio Duce, Inmaculada Parra y muchos más. Nombres y apellidos de una ciudad laberíntica y permanentemente redibujada, construida por corruptos, destruida mil y una veces. Todo sobre un simple mapa en el que no hay una equis que marque el lugar en el que está enterrado el tesoro. Un mapa sobre el que reptan las tortugas a cámara lenta. A la espera de los cocodrilos.
El zaragozano Diego Fermín presenta en la exposición «Zaragoza. Visión emocional de una ciudad» su obra «Piel de concejal. Si te pica, recalifica». Con ella ilustramos esta entrada.